¿Qué significa ser realmente maestro?
¿Qué soy yo si todos son maestros o pueden serlo? Supongo que detrás de cada uno de esos llamados maestros ha existido un individuo en particular metido en un aula, un individuo parado frente a pintarrón (o pizarrón). Un maestro es un individuo donde su materia prima son los seres humanos de una edad determinada, ya sea niños, adolescentes, incluso jóvenes, pero que conjuga arte y habilidades en su modo de enseñar (dicho de otra manera: fusiona circo, maroma y teatro para hacer amena la clase). Ese enseñar podemos traducirlo como un dar. Y dar no es fácil, requiere de esfuerzos, sacrificios y valor.
El valor como concepto filosófico pudiéramos asumirlo como un sentimiento de fortaleza, de coraje. El ser humano es capaz de comprender y encarnar los valores. Esta capacidad constituye de hecho la posibilidad humana de proyectar sobre la realidad los elementos de su subjetividad, lo cual implica el descubrimiento de las diversas dimensiones de la realidad y en gran medida la negación o trascendencia de la naturaleza y en general de la realidad material. El hombre en este acto de trascender la naturaleza no hace sino poner en juego recursos de la propia naturaleza en tanto que él mismo es un ser dentro de la naturaleza. Así, los valores son la expresión simultánea de la vinculación con la realidad y de la libertad humana.
La educación adquiere valor en sí misma porque es la acción que nos permite transformar, cambiar y mejorar la realidad que nos rodea, al mismo tiempo que cambiamos, nosotros mismos nos transformamos y transformamos también a nuestros semejantes, pero para ello tiene que haber maestro.
No cabe duda que los primeros en ser maestros son los padres. Desde la perspectiva de la familia podemos asegurar que es ahí donde el ser humano aprende y se apropia de la libertad, como de casi todo, incluyendo una distinción entre el bien y el mal, es decir, una moral. Y se crea y recrea en la familia, más que persona y ciudadano, en ser humano integrante y propietario de una identidad básica que le ayuda a reconocer, desde la libertad, su originalidad y su estancia única en el planeta. Por lo tanto, es en la infancia del ser humano donde se puede formar la conciencia natural de la libertad que observe el encuentro y acuerdo con el Otro (es decir, el prójimo). Son los padres de cada ser humano quienes le acompañan y hacen nacer en éste el entendimiento, la vivencia y adopción de valores en el marco asesorado, práctico, de la libertad.
Y en un sentido más institucional diremos que es la escuela ese otro lugar donde también se produce y reproduce la socialización, pero también una concientización de los actos, una ética, o sea ese conocimiento ético para comprender cómo opera lo bueno y lo malo. Dicho de otra, nadie nace con personalidad, la personalidad se forma y es precisamente la educación, en la figura del maestro, la encargada de ello. José Martí, pensador cubano, maestro y poeta, escribió alguna vez: "Educar es depositar en cada hombre toda la obra humana que le ha antecedido, es hacer a cada hombre resumen del mundo viviente hasta el día en que vive." Educar es transmitir conocimientos. La educación empieza con la vida y termina con muerte, siempre se puede aprender durante esos años vividos.
Ahora bien, ¿acaso son los maestros los únicos que deben preparase? Mejor aún: ¿estaban y están bien preparados los que diseñaron las reformas y programas educativos?, ¿ocupan puestos directivos los mejores maestros, los que han tenido una práctica docente exitosa, que puedan trasmitir a las nuevas generaciones de maestros, o de plano está ahí un político que no se pudo acomodar en un mejor puesto? Antes de contestar estas preguntas, surge otra más: ¿qué conocimientos, habilidades y actitudes podrán trasmitir a las nuevas generaciones de alumnos aquellos recién salidos de la Normal Superior, si varias veces se la pasaron en huelgas y manifestaciones?, o mejor aún, ¿qué darán al alumno aquellos profesionales universitarios que vieron en la docencia una alternativa contra el desempleo?
La respuesta a cada una de las preguntas anunciada en el anterior párrafo, nos hace ver que la educación es una labor compartida donde deben estar presentes los siguientes protagonistas:
- los padres (no se trata de ayudarles a hacer las tareas, sino de reforzar sus valores como la justicia, la bondad, la integridad y la lealtad, para que así se den cuenta que copiar, no prestar atención a la clase, son actos de deshonestidad),
- la misma comunidad (al proporcionar espacios adecuados para la recreación y convivencia de las personas con tal de combatir el estrés, la depresión),
- las instituciones educativas (al crear sólidas áreas físicas, además de dar un buen sueldo al docente),
- el
gobierno (al procurar empleos a los profesionales que sí estudiaron para ser
docentes, y los que no pero tienen la vocación, una serie de cursos accesibles
en costo y enfocados a la mejora del perfil docente).
A nadie se le puede dejar solo. Todos deben ser colaboradores. Por desgracia, hay padres que ven en la escuela como el lugar donde se alejan de sus hijos (incluso, hay memes al respecto, de cómo se libran de sus bendiciones), y ven el profesor una especie de nana o mayordomo; por supuesto, el alumno termina visualizando en el profesor a esa nana y ese mayordomo. Si el profesor pide su atención, ese alumno se siente agredido, más si se le restringe el uso de la tableta o del celular, o se le pide guardar silencio. Los padres, desconocedores de la situación, ven en el profesor a un mal maestro. Y la escuela, a un profesor sin vocación. Para colmo de males, hay instituciones que ven en el alumno un cliente potencial, y en el profesor un empleado al que puede ser sustituido por otro.
Estos son los verdaderos maestros, los que traspasan la piel de sus alumnos, los que llegan al corazón, los que en momentos de regocijo y de triunfos nos viene a nuestra mente. Esos son los maestros que merecen ser festejados no solo un 15 de mayo, sino con un saludo afectuoso en la calle, o ya de perdis, una palabra afectuosa en su muro de facebook. Y yo creo que quienes nos dedicamos a la enseñanza, más allá de dejar algo en el corazón y mente en el alumno, está ese asunto tan simple y sencillo, y que se resume en las siguientes palabras: “Hay más felicidad en dar que en recibir”.
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