Cine mexicano, nuestro cine


Por un problemita de salud casi no tomo café. Cuando me apetece una taza, lo tomo amargo (es decir, sin azúcar), así como los García. Y la mujer que está conmigo en ese Starbuks o Punta del cielo --y señalo categóricamente mujer, porque en una primera cita con una mujer el café es un buen aliado--, le da por saber quiénes son ellos. Entonces le cuento una parte de la película de Los tres García, precisamente esa escena en que los primos están coqueteándole a la prima, y José Luis García (Abel Salazar) lanza ese designio. Entonces, Luis Antonio García (Pedro Infante) y Luis Manuel García (Victor Manuel Mendoza) se lo tienen que tomar así, sin azúcar. Café amargo.

Quienes me conocen saben que soy amante del cine, no solo el mexicano sino también el extranjero. En cada una de mis charlas, incluso, en mis clases de literatura europea, latinoamericana, mexicana y japonesa, siempre tiendo a recomendar una película para terminar de redondear la idea. Hay amigos y viejos conocidos que apuestan a que un día dirigiré una película. La mera verdad, yo me sentiría feliz con que uno de mis cuentos o novelas (si llegasen a los ojos de un director) fueran adaptados. Aunque ya tuve la fortuna de haber participado en la Preproducción de una serie histórica.

Quienes amamos el cine siempre se nos vendrá a la memoria alguna frase para darle tono y sabor al momento. Por ejemplo, hace un par de semanas una compañera de trabajo llegó a la oficina con nuevo look, si bien le comenté lo guapa que se miraba en mi interior me acordé de una escena de Ustedes los ricos

Pepe, el Toro le dice a Chachita que parece un muchacho feo con ese corte de pelo. Casi está a punto de llorar cuando llega el Atita (el Atarantado). 

Después de un trompicón que se da éste, entrega una caja a Chachita y le dice:

Ata: Chachita, te cortaste el pelo. 

Chachita: ¿Me veo muy mal?

Ata: Te lo cortaste (y baja con coraje y resignación los puños). Chachita.

Acto seguido abre la caja de regalo y saca la peineta.

Enamorada (1946), película de Emilio, El indio Fernández, película que filmó en San Pedro Cholula y en Acatepec tiene varias frases como para hacer un análisis. Sin embargo, rescataré una escena. Vemos a Beatriz Peñafiel (María Félix) haciendo camino hacia el portal, cuando, para evitar mojar los flecos de su vestido se lo levanta, dejando ver un par de chamarros carnosos. El general Juan José Reyes (Pedro Armendariz) queda tan impresionado que comienza a decir: por mirar otra vez ese par de chamarros hasta aguantaría una cachetada. Lo que no sabe es que la señorita Peñafiel no se anda con rodeos, lo encara y le suelta una cachetada. Y le dice: como me vio los dos, le toca otra. Y pum, el general pone cara de aguantador cuando, ¡sopas!, casi toca el suelo, provocando la risa de los compañeros de armas. Si recuerdo esta escena es por un detalle muy particular con mi persona: si un día encuentro a la chica indicada, pues sería capaz de aguantar el casamiento católico nomás para estar con ella.

Por supuesto, cuando me entero que alguno de mis amigos hizo alguna diablura, casi siempre evoco la filosofía de Pito Pérez mientras me van contando cada detalle, sobre todo la película protagonizada por Germán Valdés, Tintán (véase la película de 1957): ¡Pobrecito del Diablo, qué lástima le tengo, porque no he oído jamás una palabra de compasión o de cariño! ¡Los hombres son realmente aburridos, insoportables. Cuando se dirigen a Dios, lo hacen con fórmulas escritas para cada caso: Ayúdanos, Señor, danos el pan de cada día; ¡Ten misericordia de nosotros!… Para librarse del dolor recurren a Dios, como al dentista; pero para la disipación, buscan vergonzosamente al diablo y se anegan en todas las delicias del pecado, sin que Satanás oiga alguna vez un ¡gracias, diablo mío!

Si bien podría seguir mencionando más y más frases relacionadas con el cine mexicano, en estos tiempos de crisis sanitaria y crisis económica derivada por el covid, bien valdría la pena revisar la película de Macario (dirigida por Roberto Gavaldón, 1960), porque hay situaciones donde uno está viviendo al día, o uno tiene que vivir por los hijos, por el pago de la renta, de la luz, la internet, para el pasaje. A veces hay quien quisiera tener un minuto de paz.

En dicha película vemos a un humilde campesino y leñador llamado Macario (Ignacio López Tarso) que vive molesto por la pobreza que sufre y el miedo a la muerte. Debido a la precaria situación que él y su familia padecen, desea disfrutar de un banquete sin tener que compartirlo con nadie. En su obstinación, decide dejar de comer hasta encontrar un guajolote que pueda comer solo. Su esposa preocupada (Pina Pellicer) roba un guajolote a sus patrones, y Macario sale a la soledad del bosque para comérselo a escondidas de sus hijos. Y es allá donde se encuentra con tres enigmáticas personalidades. Las dos primeras les niega el privilegio de comer con ellos. Esas dos personas son el Diablo y Dios Padre. Sin embargo, a la última no le niega la comida.

Muerte: ¿Por qué me convidaste? 

Macario: Pues tenías mucha hambre, se notaba rebien. Más de la que haya tenido nunca.

Muerte: Y por eso me convidaste.

Macario: Pues sí. Principalmente por eso.

Muerte: Y al primero que te pidió ¿por qué a él no?

Hace referencia al Charro negro, es decir, el Diablo.

Macario: A ese, claro que a ese no, quería engañarme. Sobre todo si no le di a mis hijos ni a mi mujer. Crees que unas espuelas o unas cuentas monedas hubieran podido más que el gusto de mi familia.

 Muerte: Pero a, tú sabes, al segundo por qué no lo invitaste.

Macario esboza una ligera sonrisa. Recarga su espalda en una piedra, alza la vista al cielo y comienza a decir: Ah, porque Él es el dueño de todo lo que existe. De mi, de ti, de todo. A él nada más le importaba verme hacer un gesto. Y después de invitarle habría corrido lleno de arrepentimiento a darle a mi familia y ya no habría comido casi nada.

Muerte: A mí, por qué a mi sí. Dijiste que principalmente por mi hambre. Hubo entonces alguna otra razón.

Macario: La verdad, al mirarte pensé que ya no me queda tiempo ni de probar un bocado. Cuando tú te apareces ya no das tiempo de nada. Y entonces calculé que si te daba la mitad, y comíamos parejo mientras tu comieras, comería yo también.

¿Qué padre o madre se ha quitado la comida de la boca para que sus hijos coman? Peor aún, qué hombre o mujer ha preferido caminar hasta su casa con tal de comprarse en el camino un helado o una coca bien fría. Por eso el cine es muchas veces lágrimas, emoción, coraje y aleccionador. El buen cine, así como la gran literatura, nos saca de la realidad infame por unos instantes y nos hace vivir vidas alternas o posibles. Pero, habrá otros que, como Tomás, protagonista de Sexo, pudor y lágrimas (1999) nomas digan: “A coger y mamar que el mundo se va acabar".

De todas maneras, para cada uno de nosotros hay cierto tipo de películas con las que nos sentimos identificados, pero también muy a gusto, como lo hacen las películas de Cantinflas, del Santo o de Arturo de Córdoba. Como también esas otras de nuestro cine reciente que tienen por escenario al México violento, al México Narco como La ley de Herodes, El infierno. Y por qué no, hasta las películas de Alfonso Zayas tienen algo de liberador.

Feliz día del cine mexicano.

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