Cruz azul: De cómo llegó la Novena

El octavo título de Cruz Azul fue un golpe de suerte, y de no haber existido esa patada de Comizzo en el rostro de Carlos Hermosillo, en lugar de tener 23 años sin título, se estarían cumpliendo 40 años sin una copa de torneo de liga. Nomás cheque esto.  

León había sido un equipo poderoso durante todo el torneo (estaba dirigido por Carlos Reinoso), había llegado con 32 puntos a la liguilla como súper líder, y había liquidado en su camino al Toros Neza y el América con estupendas golizas. En tanto, el Cruz Azul (dirigido por Luis Fernando Tena) llegaba a la estancia final como sublíder del torneo; había dejado en cuartos de final al Atlas con una goliza global de 5 a 1, y el Atlante con un agitado 2 a 1 global. Todo mundo sabía que el equipo que ganaría el título del invierno de 1997 era el León, no solo por su juego defensivo, sino porque las reglas así lo dictaban, si el superlíder avanza en la liguilla, es porque pinta para campeón.

El partido de ida se hizo en el estadio Azul. Fue un partido amarrado, donde apenas el Cruz Azul pudo horadar la portería del León con un tiro de penal lanzado por Benjamín Galindo. En el partido de vuelta, Misael Espinoza fue quien se encargó de igualar el marcador global para el equipo leonés; para colmo de males en el minuto 73, Guadalupe Castañeda le propina un gancho en la cara a un mediocampista del León (cuyo nombre no recuerdo), dejando al Cruz Azul con diez hombres. El León no paraba asustar al Conejo Pérez (que entonces tenía cabello). El momento más peligroso lo haría Juan Francisco Palencia ante una fallida salida de Comizzo, falla un tiro de cabeza al arco. Era el minuto 94 del tiempo extra. Seis minutos después, Palencia toca la pelota desde el mediocentro, se la pasa a Carlos Hermosillo que estaba asediado por tres defensores leoninos; Hermosillo gambetea y se la regresa a Palencia que viene desbordando por el lado izquierdo, y logra quitarse a cinco defensores para lanzarla al centro de la portería donde está nuevamente Carlos Hermosillo, que es contundente con los tiros de testa, pero el balón es rechazado por un defensa leonés; sin embargo, Comizzo simula lanzar la pelota con sus brazos alzados y tira al suelo a Hermosillo y le ensarta en el rostro los tacos, esos zapatos deportivos que muchas veces traen incrustaciones metálicas para amarrarse al cesped, provocándole un sangrado en la mejilla izquierda. El árbitro, Arturo Brizio decreta penal que, si bien está bien marcado, tendría que haber expulsado al portero del León.

Gracias a esa patada de Comizzo Cruz Azul se gana un golpe de suerte o un giro del destino. Con la sangre chorreando en la barbilla Carlos Hermosillo rompe la sequía de 17 años de la máquina en un Nou Camp, lanzado un tiro penal donde no tenía nada que hacer el portero leonés, cierto, no tenía nada que hacer sino aplaudir como foca, mientras los jugadores azules se iban hacia las gradas a festejar con su gente.

Dos años después, Cruz Azul llegaría a la final contra el Pachuca, equipo que tenía escasos dos años de haber subido a primera división. Entonces era dirigido por Javier Aguirre. La final de ida quedó en un empate mínimo de 1 a 1. El regreso era en el Azul, pero el Cruz Azul no pudo concretar y el partido se fue a los tiempos extra. Un gol de Alejandro Glaría con el muslo le daría su primer título al Pachuca. Esa final sería el inicio de la tragedia cementera, pero el término cruzazulear aún no era de uso común.

El término cruzazulear aparecería en la final de la Concachampions 2009-2010. Los cementeros habían perdido la final del Clausura 2008 frente al Santos Laguna, el Apertura 2008 frente al Toluca, y el Apertura 2009 frente al Monterrey, sin contar la final en la Libertadores en el 2001. En esa Concachampions, Cruz Azul no había llegado a la liguilla del torneo mexicano, así que esa copa era como su segunda gran oportunidad. Su enemigo a vencer era el Pachuca. En el juego de ida, Cruz Azul ganó 2-1. En el partido de vuelta, no pudo acabar con la defensa Tuza. Ya en tiempo de compensación, al minuto 92 para ser precisos, el Pájaro Benítez encajó el empate global, y como era gol de visitante, el Pachuca se proclamó campeón de ese torneo. Y fue ahí donde apareció la palabra cruzazulear, que tiene como acepciones: ganar continuamente para perderlo todo con un error; perder con torpeza sorprendente cuando ya tenías el gane. Incluso, la palabra está en el Observatorio de palabras de la Real Academia, es decir, está en debate de ser inscrita en el Diccionario de la RAE, todo depende de que la gente la siga usando y que su uso signifique, además de perder, cagarla, cajetear, regarla, fracasar, echar a perder, o estar a punto de y no alcanzarla


 Por supuesto, las dos finales o las dos peores cruzazuleadas que han dolido en los últimos años son las pérdidas frente al América, la Clausura 2013, donde elevó a Miguel Herrera no solo como director técnico de la Selección Nacional Mexicana, sino a ser el Saiyajin por sus festejos; y la Apertura 2018 con un Miguel Herrera como director técnico. Sin embargo, el fracaso más reciente fue la manera en como perdió la semifinal ante Pumas, cuando en el partido de ida había goleado con cuatro goles, y luego en el de vuelta se vio a once individuos sin ganas de tocar el balón.

El 30 de mayo del 2021 podía ser el fin de una sequía de 23 años para el Cruz Azul. Esa noche podía llegar la novena copa, la novena estrella para la máquina cementera, novena estrella que se podría ver reflejada en la playera. Y para aquellos fanáticos canosos o que de plano nunca vieron a su equipo campeón, esa copa podían acabar con frustraciones, enojos, berrinches, crudas espantosas, malosentendidos, quema de playeras, maldiciones a los jugadores, porque no solo se trata de una playera, o de once individuos  que se la pasan corriendo por toda la cancha por un balón, se trata de una pasión (advierte Sandoval a Espósito en la novela El secreto de sus ojos), porque una persona puede cambiar de todo: de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios. Pero hay una cosa que no puede cambiar: no puede cambiar de pasión. 

Por supuesto, llegó la noche del 20 de mayo del 2021. Apenas el cronómetro marcó 90 minutos del tiempo reglamentario de juego, yo quería que el árbitro silbara y diera por hecho el triunfo del Cruz Azul con marcador global de 2 a 1. Pero el partido se prolongó por cinco minutos más. La verdad es que lancé una maldición, una maldición que no puedo escribir aquí.

Cincuenta minutos antes, cuando ya estaba por terminar el primer tiempo, no me encontraba en mi casa. Había ido a tomar un café con una amiga. Justo cuando estaba acabando la cita, un primo, a través del Whatsapp, escribió: “Ya la está cagando del Cruz Azul”. Y bastó con que revisara Google para darme cuenta que el Santos tenía un gol de ventaja. Un gol de Diego Valdés al minuto 37 para empatar la ventaja conseguida por el Cruz Azul allá en la cancha de Santos.

Alex Lora cantaba las “Piedras rodantes” en el césped del Estadio Azteca cuando llegué a la casa y encendí el televisor. Agradecí a Dios y a la vida misma que la narración deportiva estuviera dirigida por Christian Martinolli y Jorge Campos, con breves intervenciones de Zague, porque la del juego de ida hecha por Orvañanos había sido una verdadera porquería. Este hecho me hizo recordar la final del 97, pues fueron estos comentaristas los que narraron la octava copa del Cruz Azul.

El segundo tiempo tendría que ser el todo o nada para el Cruz Azul. Juan Reynoso, el director técnico y exjugador, realizó un par de cambios con la esperanza de calmar la rebelión santista y equilibrar la balanza. Al minuto 51′, el peruano Yoshimar Yotún filtró un balón para Jonathan ‘Cabecita’ Rodríguez’ quien venció al portero Acevedo para igualar el marcador 1-1 y provocar la algarabía en la tribuna. Sin embargo, el árbitro central detuvo el partido unos segundos, tan solo para verificar si no había un fuera de juego. La algarabía detonó cuando el árbitro dio por válido el gol.  El marcador global se ponía 2 a 1 a favor del Cruz Azul.

Entonces la Máquina se dio cuenta de que podía seguir lastimando al rival y desplegó un futbol ofensivo que puso en aprietos a su rival. Para los minutos complementarios, en un ataque hacia la portería del Santos, un defensor le propina un golpe a un jugador del Cruz Azul y eso desata la bronca, una bronca que hizo que el director cruzazulino se metiera a la cancha junto con la banca. No sé si yo sería el único, pero estoy casi seguro que varios hinchas de la máquina pensamos lo siguiente: “ya la cagaron, van a agregar un par de minutos sobre los minutos extras y pum, los Santos voltean el partido”. Sin embargo, eso no sucedió. Jesús Corona, el portero azul siempre vapuleado por los haters pudo contener algunos disparos santistas. Y entonces, vino el silbatazo final. Y de pronto terminó la maldición. El sueño de muchos era realidad. El Cruz Azul era campeón.

A través del Whatsapp pude enterarme que varios de mis amigos estaban lloriqueando a moco tendido. No podían creer lo que estaba sucediendo al fin, incluso tenían miedo de irse a la cama y despertar con que todo lo visto, y sufrido durante la visualización del juego había sido un hermoso sueño. Basta decir que yo no lo podía creer. No es que llorara a moco tendido, simplemente las lágrimas no paraban de salir y deslizarse sobre mis mejillas. Pronto, en los estados de Whatsapp y de Facebook mis amigos y parientes empezaron a aparecer imágenes en torno a la novena copa. Se empezaba a difundir un meme referente a la palabra cruzazulear, entendida días antes como “inexplicable derrota cuando ya tenías cantado el gane”, por otra acepción cargada de esperanza: “El que volvió a brillar”, o "renace como el fénix".

Supongo que varías imágenes van a quedar en la memoria de los hinchas cruzazulinos: ver al Conejo Pérez, entrenador de porteros, como recibe su medalla de campeón, o ver esa otra donde Jesús Corona levanta la Copa, o ver cómo el campeón del 97 y ahora entrenador se alza como campeón, o esotra donde los jugadores comienzan a correr por la cancha del Azteca, dando la vuelta olímpica, en tanto a los alrededores del estadio Azteca reventaban en una gama de colores unos cohetes. Pero también se difundían imágenes de gente que ya festejaba el triunfo cruzazulino en los alrededores del Ángel de la Independencia.

Lo cierto es que hay que agradecerle a Dios, a la vida misma, que un espectáculo tan hermoso como es el fútbol pueda brindar grandes emociones, y que el grito de Gol sea tan liberador como la palabra Jumanji. Y que el azul esté de vuelta. Y mejor aún,  el azul se ponga de moda. 


 

 

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