Ya déjese de pendejadas y úselo
¡Vaya problemón en el que
te has metido! Me decía caminando de un lado a otro de la sala. No sé por qué
me repetía esas palabras como si se tratara de otra persona o de otro ser vivo,
de un dinosaurio por así decirlo, cuando se trataba de mí, el verdadero ganador
del sorteo, el señor Augusto, bibliotecario de la Universidad Politécnica de
Cholula. En realidad, todo parecía un sueño, de esos donde sientes que se te
viene el muerto encima y despiertas lanzando un grito, y si tienes alguien a
lado, te dice que te calmes, solo tenías una pesadilla. El problema era que yo
no estaba soñando. Pero como si lo hubiera estado, porque estaba metido en un
méndigo problemón.
Compré el boleto a inicios de marzo nomás
para llevarle la contraria a mis compañeros de trabajo. Estos no dejaban de
tacharme de chairo por mis opiniones a favor del Presidente a la hora de la
comida; para ellos él era un viejo loco y chocho, un dictadorzuelo. En
contraargumento señalé que yo había colaborado en la adquisición de
medicamentos y el equipamiento de varios hospitales. Lanzaron la risotada. Me
hicieron sentir mal por unos segundos, como si mi dinero hubiera sido tirado en
saco roto. Apenas si pude esbozar una sonrisa, luego dirigí mis pasos hacia mi
lugar de trabajo. Como cada cosa que hago se la cuento a Bárbara, me llevé una
santa regañiza: “Con esos quinientos pesos, te hubieras comprado un par de
libros”, rezongó al grado de irse a nuestro cuarto. Me dejó sin cenar. Y para
colmo de males, esa noche dormí en el sofá.
Creo que todo México se olvidó del mentado
avión, incluyéndome, allá por inicios
del mes de marzo, gracias a la semana caída que hubo en nuestro país a raíz del
Coronavirus, haciéndonos vivir la misma incertidumbre acaecida en el 2009
cuando gobernaba Felipe Calderón, pues aquella vez se prohibió la salida de la
gente a centros comerciales, terminales, aeropuertos, escuelas y fábricas ante
el riesgo de un contagio. Al Peje no le quedó otra que dejar de hacer
“fuchi-caca” por el bien de todos. Además, yo dejé de pensar en el avión al
hacerse evidente el recorte laboral en la Universidad. Viví en la zozobra por
algunas semanas. No fui despedido, nomás porque no había dos bibliotecarios.
Uno de esos compañeros que se burló de mi adquisición del boleto, me diría en
la comida: “Todo esto fue por culpa de tu presidente”. No dije nada en contra,
tal vez porque él fue uno de los despedidos.
Por supuesto, a partir del Primero de Mayo
la televisión y las redes sociales se inundaron de promocionales en torno a la
rifa. Los pocos boletos que quedaban en los establecimientos de la Lotería
Nacional se vendieron tan rápido, así como sucedió con los boletos para el
concierto de Rammstein. Llegado el 5 de mayo, Bárbara no quiso ir a la ciudad
de Puebla a ver el desfile. Tenía ganas de estar encerrada, quería estar pegada
al televisor. Casi estaba a punto de concluir la mañanera, cuando el presidente
anunció que ahí mismo se realizaría la rifa. No sé por qué fui hacia el librero
y saqué de las páginas de la Santa Biblia, el boleto y se lo entregué a mi
mujer. Pronto, de acuerdo a lo visto por las cámaras de transmisión entraron
las gentes de Lotería Nacional, los gritoncillos. Se armó el show. La regla era
clara y concisa: cuatro números fuera de toda posibilidad, en tanto el quinto
sería el ganón. Así de fácil.
Yo tenía los ojos bien abiertos, los oídos
bien atentos al televisor cuando el señor presidente anunció el número ganador
de la rifa y, acto seguido, sentí que algo me disparaba lejos de este mundo,
así como los cohetes cuando apenas son encendidos por la llama. ¡Yo había
ganado el puto avión presidencial!
Serían los gritos de Bárbara los que me
hicieron poner los pies en la tierra, y ver que esto no era un sueño, sino una
auténtica pesadilla. Yo imploré calma, que pensara bien las cosas. Sin embargo,
una vecina sorprendida por el escándalo, tocó la puerta. Quiso saber si todo
estaba bien y por qué tanta euforia. Mi esposa señaló que yo había ganado el
avión presidencial. Y cinco minutos después quería estar muerto. Vecinos,
primos, viejos conocidos, pedían a gritos un viaje a Cancún o a Los Cabos para
festejar. Por supuesto que llegaron las cámaras de televisión, varios youtubers
y periodistas, nomás para saber qué cosas iba a hacer con ese armatoste, además
de pedirme una vueltecita, como si se tratara de un juego mecánico en una
feria.
Desde
entonces no he logrado conciliar el sueño, todos quieren pasear de a gratis,
nadie me dice: “Ten para el combustible, ten para el estacionamiento en el
aeropuerto o te coopero para los gastos del capitán y las aeromozas”; algunos
compañeros de trabajo me han sugerido venderlo a mitad de precio y puede que
tengan razón, pues ese dinero me alcanzaría para vivir bien hasta mi vejez,
porque lo que me podría dar la Afore, no serviría ni para un kilo de jitomates.
Sé que el día siete de mayo estaré en Palacio Nacional y ahí mismo el señor
Presidente me entregará las llaves del avión. Conociéndolo, no dudo de su
comicidad frente a las cámaras de la mañanera, y diga que ahora sí, el avión es
del pueblo y hasta pida una vueltecita. Ojalá no salga con esas payasadas.
Verdad de Dios. Yo tengo mi carácter y sería capaz de decirle: “Ya déjese de
pendejadas y úselo, nomás cáigase con la renta”. No dudo que acepte mi
propuesta. Finalmente, yo soy parte pueblo y él siempre ha dicho que lo
obedece. Así gano yo y ganamos todos.
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