Miguel León Portilla: El adiós al último gran sabio
Estoy casi seguro que mucha gente desdeñó la muerte del Doctor Miguel León Portilla (porque dos días antes había fallecido el cantante José José), incluso ni siquiera tuvieron la ocurrencia de saber quién era y por qué sus restos fueron honrados en el Palacio de Bellas Artes, lugar donde también estuvieron los restos mortales de grandes personalidades que han vivido y desarrollado su carrera en México como Gabriel García Márquez, Octavio Paz o Frida Kahlo. Puedo asegurar que sólo unos cuántos lamentaron su ausencia y entre esos, varios de mis amigos (y alumnos que han cursado conmigo, el curso de Literatura Prehispánica). Y para los que nunca supieron quién era este académico, van los siguientes párrafos.
La noche de este martes 1 de octubre del 2019, pasadas
las nueve de la noche, murió a los 93 años de edad el historiador, filósofo y
humanista. Esa noche, la Universidad Nacional Autónoma de México confirmó el
deceso a través de Twitter. Pronto, comenzaron a aparecer los comentarios en
esa red social, también en Facebook mostrando su solidaridad y dolor ante la
valiosa pérdida. Miguel León Portilla había sido uno de los hombres más sabios
y generosos que han existido en el México contemporáneo, estudioso y defensor
comprometido de las culturas originarias de nuestro país, académico insigne,
investigador dedicado y persona de bien. El deceso ocurrió en el Instituto
Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán donde permaneció
internado desde enero debido a problemas respiratorios.
El gobierno mexicano durante mucho tiempo se hizo el
tonto en reconocer su valía intelectual. Aunque en 1995 un gobierno priísta, el
gobierno zedillista le otorgó la medalla Belisario Domínguez. Sabían quién era
él, hasta donde llegó su alcance academicista (llegó a poseer más de 28 doctorados
Honoris Causa, todos ellos de universidades extranjeras; además, fue un
impulsor de los estudios en lengua náhuatl, y si uno de sus alumnos sabía una
lengua indígena como el otomí, zapoteco, mixteco, totonaco, etcétera, le motivó
a escribir la historia, su poesía y los dichos de su región, y eso fue el motor
para que hoy hablemos de literatura en lenguas indígenas, incluso, ya hay premios
literarios en esa área). Curiosamente, el jueves 12 de septiembre del 2019, el
historiador recibió la Presea Nezahualcóyotl, que otorga por primera vez la
Secretaría de Educación Pública, reconociendo en su persona a un Depositario de
la Memoria Histórica del País. La medalla la recibió en la cama de hospital,
ante la presencia de sus familiares. Dicho de otra manera, el único gobierno
que no se hizo el tonto fue el que está activo, un gobierno emanado de
izquierda.
Ya no indicaré en qué universidades fue profesor, a
qué sociedades de investigación científica fue miembro, cuántos libros escribió,
porque esos esos datos se podrán leer en Wikipedia y en las distintas notas
periódicas que salieron con el paso de los días tras su fallecimiento. Prefiero
detenerme en esas dos personas que forjaron su personalidad: el Padre Ángel
María Garibay y don Manuel Gamio. El primero, maestro riguroso y severo, nahuatlato,
filólogo y buen conocedor de la literatura de los pueblos antiguos; pero
también gran conocedor de la cultura griega, y gracias a esos conocimientos
llegó a aseverar que el náhuatl era una lengua clásica. El segundo,
antropólogo, arqueólogo, innovador de las ciencias sociales, de quien supo
comprender que el indígena de nuestro tiempo era tan creativo y valioso como el
indígena que hizo las grandes pirámides en Teotihuacán y Chichen Itzá. Bajo estas
dos formas de pensar, dio al mundo la VISIÓN DE LOS VENCIDOS (1959).
El libro anteriormente citado es la otra cara de la
“Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España” de Bernal Díaz del
Castillo. Es la historia que durante centurias estuvo oculta entre la gente de
los pueblos indígenas, y que hoy exigen su autonomía. Es un libro que todo
mexicanista y amante de su pasado debe tener en su biblioteca, pero también
entre sus charlas. En ese libro Miguel León Portilla tuvo a bien a rescatar
aquellos textos de indígenas que aprendieron a escribir en lengua del
conquistador a base de castigo y que al escondido lograron escribir sus
sentimientos. Ese libro reúne la visión que los indígenas de Tenochtitlán,
Tlatelolco, Tezcoco, Chalco y Tlaxcala se formaron acerca de la lucha contra
los conquistadores y la ruina final del imperio azteca: ahí están esos relatos
de los presagios que anunciaron el desastre (dicho de otra manera, las profecías
sobre la destrucción de la ciudad en medio del lago), la descripción del avance
de Cortés, la matanza de Cholula, la crónica de la batalla heroica de los
antiguos mexicanos en defensa de su cultura y de su misma vida; así como
también aquellas canciones cargadas de tristeza en torno a la conquista.
Quiero terminar este texto con una pregunta que le
hizo en cierta ocasión un reportero de Milenio, el entrevistador quería saber
si Miguel León Portilla creía en el más allá. Era febrero del 2018. Ya estaba
un poco enfermo. No dijo si sí o no por respuesta, pero contó una anécdota que
hoy se torna inolvidable. Hace muchos años tuvo una charla con Juan Comas, un
gran antropólogo, que sin más le dijo:
--Mira, Juan,
después de la muerte vas a llegar a una laguna, tu perro va estar esperándote,
y cuando te vea va a llevarte a una cueva para encontrar el camino que mejor te
convenga.
--¿Y toda esta historia qué es?
--Es en
lo que creían los indígenas.
Todos los mexicanistas y amantes de la cultura
indígena sabemos que Miguel León Portilla, el Maestro de Maestros o Tlamatini
(sabio en lengua náhuatl), no solamente se fue directo al Mictlán guiado por el mítico
xolozcuintle, sino que caminó ese camino que pertenece a los justos.
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