"Tinta roja" y el falso periodismo

                                                                  

Hay una película que recomiendo a los aprendices de periodismo y todo aquel que tiene la ocurrencia de buscarme para que revise sus textos. Además de regañarlos por como escriben (es que me molestan palabras como mediático, conyuntura, sinergia, etc. , palabras que puede entender alguien con estudios universitarios o con un buen bagaje de lecturas, pero no un lector común), de decirle que piense en la navaja de Ockham (que se sintetiza de la siguiente manera: “en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más verdadera), le pido que vea ese mismo día Tinta roja (Francisco Lombardi, 2000) para que entienda cómo se hace periodismo. La mentada película fue una coproducción entre Perú y España, basada en la novela homónima del chileno Alberto Fuguet. Una historia que nos advierte sobre cómo se hace periodismo. La trama podría resumirla aquí (pero pueden consultarla en Wikipedia).  

La primera que recomiendo es la siguiente: vemos a Alfonso y Nadia siendo recibidos por el director de El clamor. Nadia ha ganado el puesto en Espectáculos de pura chiripa. Alfonso quería estar ahí porque le fascina el cine, el teatro y la televisión. El director lo manda a Policiales. Nuestro protagonista, dolido por la designación, empieza a comerse las uñas. Entonces el director le dice: “No quiero verte comiendo las uñas y menos delante de un entrevistado. Vas a ser periodista, ¡carajo! ¡Periodista! El cuarto poder. Y a veces somos el primero porque en este país la gente se caga de miedo”.  ¿Acaso no eso hacen periodistas y seudoperiodistas en México, ponerse al mismo nivel que las autoridades; es decir, como si ellos fueran los amos de la verdad y la opinión, peor aún fueran los héroes de nuestros tiempo y todos los demás les parecemos unos reverendos idiotas? Además, pareciera que a ellos solo les pertenece ese asunto de la libertad de expresión, pero cuando el de enfrente se defiende y saca a relucir sus mentiras, ya se sienten censurados.

La siguiente escena tiene que ver con la manera en cómo debe escribirse el reportaje. Alfonso ha escrito un avance sobre un crimen de índoles pasionales. Don Saul Faúndez lo lee y le dice: “Una mierda. Esto parece la tarea de un universitario, ¡carajo!”. Alfonso increpa a su jefe: “Lo que escribí responde a las preguntas básicas”. Don Saúl desliza el mouse sobre el texto y teclea Suprimir. Esto molesta mucho al practicante. Don Saúl lo encara frente a frente: “Cuántas veces te tengo que decir las cosas por la puta. Quiero algo más que el qué, el quién, el cómo, y no sé qué chucha más.  Quiero que el lector se meta, se identifique, piense que esto le pudo pasar a él. Todos los días se muere alguien, carajo. Eso no es novedad. Tienes que hacer que ese muerto parezca el primero. Y para eso debes encontrar un ángulo diferente. Personal”. Es decir, debe escribir algo que venga desde el interior de sus pensamientos. Alfonso no puede creer en esa afirmación por lo que responde: “Usted quiere una historia, yo estoy reportando un hecho. Son dos cosas diferentes”. Don Saúl increpa: “Quien carajos te dijo que reportes un hecho, eeeeh. Claro que quiero una historia, huevón. Esto también es literatura. Barata. Subliteratura, si quieres llamarla así. Pero literatura al fin y al cabo”. Dicho de otra manera, el periodista es un narrador en potencia. 

La última escena que recomiendo es un poco larga, pero vale la pena analizarla: El director del periódico ha citado a los practicantes y les ha ofrecido un gran manjar. El director dice: “Los he reunido aquí para saber qué lecciones han aprendido de El clamor. Lo escucho a usted señor, Juan Antonio Bustamante”. Este tartamudea unos cuantos segundos y expresa lo siguiente: “Bueno, a ser lo más objetivo posible, verificar las fuentes, comprobar los datos”. El director no puede dar crédito a lo que escucha y dice: “Perdón. Usted tiene más de dos meses trabajando aquí. A ver, dígame. ¿Entretener o informar?”. Nadia responde casi por impulso al ver cómo trastabilla su compañero: “Para El Clamor lo importante es entretener”. Entonces Alfonso Fernández habla: “Competimos con la radio y la televisión. Y El clamor no llega gratis. Hay que pagarlo”.  El director lanza una pregunta sobre qué ventaja tienen. Juan Antonio responde que el tiempo, porque este permite procesar las cosas y les da cierta distancia. El director le dice: “Para qué quieres la distancia, pendejo, ¿acaso eres piloto? Nadia al ver vapuleado su compañero intercede: “Podemos profundizar la noticia”. Alfonso entra al quite al decir lo siguiente: “Contamos historias, señor. Tenemos una mirada”. El director se siente feliz y orgulloso por lo que acaba de escuchar y comenta: “Saúl sigue siendo un gran maestro, ¡carajo! Eso es. Nosotros olemos el sexo, la sangre, la envidia. Todo acto, incluso los económicos tienen algo de esto. Donde esté involucrado un ser humano, allí está una historia. Nuestro deber es conocer los detalles, los secretos de esa historia” Nadia rezonga con un ligero toque de coquetería: “Pero no todos los días son buenos señor Ortega; hay días aburridos, hay veces que no sucede nada”. El director lanza una recomendación: “Entonces, inventan. Ahí está el talento del periodista. No existen noticias aburridas, sino reporteros ineptos”.  

No dudo que una buena parte de las noticias emitidas por los periódicos y los noticiosos televisivos tengan cierto grado de inventiva, sobre todo por cómo se quiere presentar una situación sobre otras más. Uno como periodista debe ofrecer la mejor historia. Es una ley no escrita pero bien sabida en el gremio. La noticia apabullante ocupará la primera plana en los periódicos; en el caso de la televisión, los primeros minutos. Tampoco dudo que ciertos periodistas ocupen lugares privilegiados dentro de los medios de comunicación porque han sabido manipular la atención de la gente con sus invenciones, sobre todo si esas invenciones fueron Montajes o alucinaciones (por ejemplo, Loret de Mola y Riva Palacio). En tanto, haya otros periodistas que enfocados a contar la verdad, además de vivir mal pagados, vivan a salto de mata o ya estén viviendo en nuestros recuerdos (como por ejemplo, mis maestros, Sergio Gonzales Rodríguez, escritor de Los huesos en el desierto sufrió una madriza en tiempos del sexenio de Fox mientras escribía sobre las mujeres desaparecidas en Ciudad Juárez, y Javier Valdés, un periodista que cubrió como nadie el Narco en México y lo mataron a escasos metros de las instalaciones de Riodoce, periódico donde trabajaba, pues lo bajaron de su Toyota Corolla y tras hincarlo, le dieron doce balazos).

El advenimiento de las redes sociales ha puesto en evidencia no solo al falso periodismo, sino también al falso periodista, o si se quiere ser más justo, al periodista chayotero, ese que sirvió de lacayo a regímenes al ocultar datos y mostrar una realidad diferente a la que se estaba viviendo en esos momentos y hoy que se le sabe mentiroso, se hace el muy digno (como López Dóriga, Brozo, Dresser, Jaime Cárdenas, Callo de Hacha, Ciro Gómez Leyva, Carmen Aristegui, etc. a nivel nacional, falta por saber los que tenemos en cada uno de nuestros estados y ciudades, pero a leguas sí te das cuenta quien es el más chismoso).  Por eso, más que acabar con el falso periodismo, se hace necesario terminar con las mentiras.  Sin embargo, parece una misión imposible porque Gregory House, un gran médico ha sido muy contundente: "¡Todos mienten!".

Por si alguien quiere ver la película, copie el siguiente enlance: https://vimeo.com/19078762

El presente texto está dedicado a Caroll Tend.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Chile en nogada: una tradición arrastrada por el turismo

Atlas: un histórico sin tantos títulos