Orígenes de la filosofía

¿Qué es la filosofía antigua?
Pierre Hadot 
Fondo de Cultura Económica
1998







La idea en torno a la filosofía es muy diferente en nuestros días al concepto que de ella tenían en la antigüedad Sócrates, Platón y Aristóteles, entre otros grandes pensadores. Ahora nos hemos concentrado más en el análisis de las “filosofías” –al imponer  la profesionalización en un campo que, sin querer, nos ha hecho ignorantes de la totalidad– al grado de que el discurso ha llegado a convertirse en una “construcción complicada, pretenciosa y artificiosa” en vez de ser “sencilla y discreta”. Para Pierre Hadot, eminente estudioso del pensamiento grecolatino, la filosofía no debe entenderse como mera teorización o un discurso frío y aburrido, sino  como un modo de vida. Toda conversión filosófica, nos dice, requiere necesariamente de un cambio interior en el individuo y de su noción del “otro”. No hay filosofía sin sociedad, es un precepto que demostrará a lo largo de su libro.  
        En el pasado, explica Hadot en la primera parte de su estudio que versa sobre “La definición platónica del filósofo y sus antecedentes”, el amante de la sabiduría, para serlo, debía de sufrir un cambio profundo, concertado y voluntario en su manera de entender al mundo, consistente en una conversión paciente y continua que comprometía a toda su persona. Era un trabajo tanto afectivo como intelectual para despojarse de la angustia, de las pasiones, lo ilusorio y lo insensato. Lo apreciamos en El banquete, porque ahí Platón nos enseña la figura de Sócrates como el hombre que supo vivir la filosofía al grado de semejarle con Eros, puesto que este dios, al ser hijo de la Riqueza y la Pobreza, supo valerse de un propósito espiritual: el amor. A Sócrates lo vemos como un ser intermedio entre la sabiduría y la  ignorancia, que se esfuerza por alcanzar su objeto de deseo, la Sofía, e incluso por ella misma lucha y muere (basta echarle una lectura a la Apología para entender qué es morir por un ideal). 
     La segunda parte del libro –“La filosofía como modo de vida” –, se inicia con una descripción de las dos principales escuelas filosóficas griegas: La Academia y el Liceo. Para el caso de la primera,  el propósito educativo de Platón no se centraba solamente en la discusión de una tesis sino que se exigía de los interlocutores una transformación de sí mismos. Entonces, los diálogos platónicos no fueron escritos para informar sobre un tema en específico, su intención era formar discípulos en el manejo de la conversación para alcanzar la virtud. En el caso de la escuela aristotélica –el Liceo– encontramos una preocupación por la vida filosófica, centrada en la vida según el entendimiento, donde lo teorético cobra mucha importancia –que no se parece en nada a lo que conocemos como teórico, la especulación y por ende la frialdad discursiva. No basta sólo con dialogar, el desarrollo de la virtud se da al mirar, indagar, meditar, memorizar y asimilar, porque en cualquier momento, en una situación difícil, las enseñanzas pueden venir en nuestro auxilio.  Pierre Hadot no deja a un lado las demás escuelas a las que califica como terapéuticas, pues buscaban un estado de tranquilidad del alma, una ausencia de las perturbaciones (hablando del estilo epicúreo). En el caso de los estoicos, se nos ofrece la idea de que dentro de uno mismo está el poder escoger actuar de acuerdo a la pureza e integridad de las intenciones personales; sin embargo, para ambas escuelas el examen de conciencia se alza como un ejercicio espiritual de gran envergadura, pues permite al practicante recordar la relativa insignificancia de los asuntos humanos. 
    En la tercera parte del libro, “Ruptura y continuidad. La Edad Media y los tiempos modernos”, se analiza la influencia del cristianismo en la filosofía, una corriente religiosa que San Agustín llegará a definir como una filosofía y una forma de vida. Aunque luego la misma filosofía perderá su fuerza para convertirse en una justificación teológica de la religión y luego de la ciencia.  
  Merece terminar esta reseña señalando que aprender la filosofía de los maestros de la antigüedad es también un ejercicio espiritual por antonomasia. Hay que poner en orden y hacer coherente nuestro discurso interior a propósito de alcanzar la totalidad espiritual, y eso lo podemos lograr mediante el constante diálogo con aquellos que nos rodean. Así, ¡qué mejor que hablar de un buen libro!




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