El sonido de la montaña

El sonido de la montaña 
山の音
Yama no Oto
Yasunari Kawabata
Editorial Emecé
Buenos Aires 
2006


Se dice que los enigmas provocan e incitan a descifrarlos. La novela El sonido de la montaña, no sólo es la más nostálgica del corpus literario del primer Nobel japonés, también es la más estética donde el lector, cual si fuera discípulo zen, debe sentarse por horas en silencio, inmóvil, libre de toda idea y pensamiento para entender ese sonido que perturba a Shingo Ogata, protagonista de la novela.

 La narración trata sobre un hombre que, entrando a la ancianidad, escucha en una noche de sueño intranquilo el sonido de la montaña, muy distinto al entrechocar de las olas pues mientras el segundo produce placer, el primero llama al miedo. De nueva cuenta en la cama, mientras contempla a su mujer, el sonido persiste en la memoria obligándolo a reflexionar sobre las cosas de la vida. Y nos enteramos que en su juventud no estaba casado con Yusako, sino con la hermana de ésta, “una mujer tan bella que costaba creer que las dos hubieran nacido de la misma madre”; en una acción dadivosa Yusako se hizo cargo de sus sobrinos y, pasado cierto tiempo, la desposó. Son ya treinta años de vida conyugal; en las noches de malhumor siente repulsión por ese cuerpo con el que ha convivido; un día, sin más, entiende que el matrimonio “es como una ciénega peligrosa que succiona un sin fin de faltas de los cónyuges”,  y con el paso de los años se convierte en un pantano, al tolerar los traspiés.

 ¿Qué vemos a continuación?, la inquietud del padre por la suerte de los hijos ya casados: la hija mayor (Fusako) abandonó al marido –un bueno para nada– para trasladarse con sus dos hijas a la casa paterna; en tanto el yerno (Ahira) firma el divorcio, cuando  lo que busca es suicidarse con su amante; por otra parte, el hijo (Suichi) mantiene un amorío poco disimulado con una mujer que perdió a su esposo en la guerra (Kinu), pero la aventura termina cuando él no logra imponerle abortar. 


En medio del desastre, la figura de la nuera cobra sentido; Yukiko no sólo parece comprender al hombre y atenderlo; su halo de sensualidad y pureza invade los sentidos del suegro, al grado de hacer que la añoranza por el amor perdido se mezcle con la realidad; en medio de las meditaciones surge el sueño y en el transcurso del día, el tormento. Así, un día de otoño camino a casa, luego de haber estado con una prostituta, sonríe al pensar “en el tibio agrado de tener entre los brazos a una joven plácidamente dormida”.  


El sonido de la montaña es una obra plena de un intenso simbolismo, que recurre a la utilización de las máscaras del teatro Noh, los árboles, los pájaros (que no distinguen la diferencia entre lo que es el terreno de la casa del viejo y su mundo natural), el mar; sin contar el encuentro que Ogata Shingo tiene con su nuera en el Parque Shinjuku, ubicado en Tokio, en el que la sensualidad se ve trastocada por las secuelas de la segunda guerra mundial -recordemos que Japón fue el gran perdedor al caer sobre su territorio las bombas atómicas-, así que el estado que se refleja es de frustración.  
 
Para quien desee compenetrarse con el mundo literario de Kawabata, exposición del mundo japonés por antonomasia asociado a la ceremonia del té, el juego del go, la caligrafía, el uso de los kimonos, la concentración poética del mundo en pequeñas frases que llamamos haiku; qué mejor forma de acercarse que con esta novela, antecedente para apreciar las que más fama le dieron: Mil Grullas, País de Nieve La casa de las bellas durmientes.
  
Sin embargo, se debe prestar atención a un detalle que pudiera pasar por insignificante: la narración se desarrolla en Kamakura, lugar donde el protagonista escucha el ruido de la montaña; seguramente, al escribir la novela, el maestro japonés escuchó también los lamentos de la muerte, pues a Yusako le hace decir: “Son los jóvenes que se suicidan los que dejan notas”, y como bien se sabe, Kawabata se suicidó en un pequeño departamento al borde del mar, cerca de ahí.

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